miércoles, 22 de agosto de 2012

Puertas


Una habitación. Una pequeña habitación llena de puertas. Mi puerta es blanca, lisa, limpia y brillante. 
Hay muchas puertas, demasiadas, no puedo contarlas porque las puertas aparecen y desaparecen. Mi puerta es la única que no se mueve y sigue siendo la más blanca, lisa, limpia y brillante. Pero a mí me llaman la atención las otras, me atraen sus brillantes colores. Me seduce pensar que habrá detrás y juego a inventarme la perfección de su interior. 

Hace algún tiempo no pude controlar mi curiosidad y abrí una de las puertas. Era más grande que las demás, parecía de madera maciza y no lo pude resistir, pero tras ella no había más que agua y se inundó la habitación. Pasó mucho tiempo hasta que conseguí sacar toda el agua, casi me ahogo, pero mi curiosidad continuó intacta.
Al poco tiempo volví a intentarlo con otra. Ésta contenía un infinito desierto de arena, cactus y escorpiones, fue tan intensa esa avalancha, que quedé atrapada debajo de ese cúmulo irrespirable. Tras mucho esfuerzo conseguí limpiar de nuevo la habitación y volvieron a lucir las puertas. 

Descansé algún tiempo y me limité a observar el ir y venir de todas ellas, me mantuve quieta por temor, hasta que comprendí que al igual que las puertas, la habitación también iba cambiando y que una misma puerta parecía muy diferente si cambiaba la luz, el color de la pared, o el color que el sol reflejaba si alumbraba al suelo.
Entonces me di cuenta que yo misma iba cambiando en función de la experiencia de cada una de ellas, y de la luz y el color con que fuera reflejada.

En ese momento comprendí, que lo único que necesitaba 
para ver luz y color detrás de cada una de ellas, 
era la posición en la que yo misma pusiera a mi corazón.

Muchas veces la óptica del alma no es objetiva con respecto a nuestros deseos más urgentes, pero depende de cada uno de nosotros, darle un matiz que nos lleve a ver toda la armonía de la que disponemos a manos llenas, para realizar ese acto de felicidad día a día.
Hoy sé que me encanta descubrir nuevas puertas para abrir, y descubrir que me espera detrás de cada una de ellas. Sonreír y comprender que no todo es como quisiéramos es parte del trabajo, y cerrar los ojos, notando que no sólo sangre llevan nuestras venas, sino que también son segundos preciosos los que corren por ellas, y son esos con los que forjamos nuestra vida
Saber vivirlos todos a fondo es “vivir”, y saborearlos con una sonrisa, pintándolos lo más bonito que podamos aunque afuera llueva. Sin preocupación por lo que no vale la pena llorar, con deseo, con claridad, quizás con alguna duda que haga de la experiencia de despertarnos cada día, algo realmente emocionante. Pero saborearlos. Saborearlos a conciencia.



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