Por miedo a encontrarme, pude aceptar sentirme víctima y verdugo de mí misma, pero jamás me permití perderme. Para mi, toda emoción debía ser razonada, comprendida, y escrita en mi mente.
Al perderme, me temblaban los gestos, la voz se me volvía pequeña, mis esquemas mentales quedaban vacíos, mis jaulas se cerraban, y comenzaba mi búsqueda del culpable entre todos aquellos que guardaba encerrados.
Pero finalmente me di cuenta que nunca hubo un culpable,
que yo vivía perdida por miedo a encontrarme...
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