miércoles, 6 de febrero de 2013

Autocomprensión




Me traspasan las palabras de tranquilidad, me atraviesan la garganta desgarrándome por dentro y calándome las mejillas con una sensación que había olvidado. Esos pensamientos me dejan el paladar con un sabor dulce inusual, que hacía mucho no saboreaba. No se bien qué siento ni qué es lo que querría sentir.

Si todos los parámetros que me impongo corresponden con mis sueños, o simplemente es una ralentizada tortura que atenta contra mi misma. Contra lo más profundo de mi ser y de mis sentimientos. Si algún “yo” perverso ha tomado las riendas de todos los demás y en estos días se pusieron de acuerdo para conspirar contra mí.

Me resulta difícil definir la felicidad, la eterna utopía universal, porque cuando la mimo y cuido se desprende de mi lado, porque no se me ocurren palabras plenas que delimiten sus momentos y sensaciones, porque retroactivamente me da miedo no haberla tenido nunca, ni cerca ni lejos.

Porque cuando tengo lo que quiero le busco las cosquillas a mi suerte, porque ha sido difícil, y ya no me quedan ganas de seguir luchando contra mi misma. Ya no. Ya no quiero darle la vuelta a mis sentimientos, y aunque sienta que la realidad me ha arrojado una piedra por la nuca, hoy sólo quiero vivirlos. 

(Pero tiemblo con sólo pensar en la posibilidad de enfrentarlos).

Lo voy a decir, sin velos, sin oscuras metáforas, sin miedo. Que lo que más me asusta no es estar sola, sino obligarme a afrontar ese pánico que me quema los párpados y las pestañas…

(... Cuando lloro una verdad que quisiera convertirla… Y cambiarla de lugar).


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