Un café intenso y un poco amargo, un día un poquito
fresco, la sensación templada de la taza contra las palmas de mis manos. Los
pies descalzos sobre las baldosas frescas, el pelo desalineado haciéndome
cosquillas en los omóplatos, una sonrisa mansa y mordisquearme ligeramente la
boca para sentir el sabor del café en mis labios.
Bailotear apenas y tener
conversaciones a media voz sobre mundo y sus despropósitos e incertidumbres y
las ideas que nunca son lo que esperamos en la realidad y la maravilla de que
el cuerpo sea capaz de sentir así, a pesar de todo.
Reírnos, mucho, tanto que
nos olvidemos de que algunas realidades pueden hacernos llorar. Bailar riendo y
reír bailando porque es la única forma de salvar esta capacidad de juego, estas
ilusiones irracionales, estos deseos ilógicos, estas utopías singulares y
colectivas, esta voluntad de hacer, estas ganas de decir, estos objetivos
tentadores, estos anhelos fantásticos de futuros llenos de futuro.
No estaría nada mal
empezar así el día.
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