Él se alimentaba de lo que ellas le iban dejando al pasar
por su vida. Por eso una relación larga significaba un estancamiento del que se
veía incapaz de salir. Pero él no lo sabía.
Pocas cosas había descubierto por sí mismo, todo era fruto
de lo que ellas le contaban, enseñaban o compartían con él. Por eso cuando ya
había absorbido todo de una necesitaba volar a los brazos de otra a quien
deslumbrar con lo aprendido y de quien aprender nuevos conocimientos para
fascinar a la siguiente. Ésta era su vida, una constante búsqueda de superación
en los brazos de aquellas musas con pechos de sabiduría.
De María aprendió el gusto por la música, de Silvana el interés por el arte, de la mano de Carola conoció el cine de autor, de Daniela el buen comer, de Gabriela todo sobre los medios de comunicación, de Patricia aprendió filosofía, de Sonia fotografía, de Andrea el placer del sexo lento, de Flavia el gusto por la moda y de "Ella" el amor.
Así una tras otra lo iban enriqueciendo hasta que llegó el
momento en el que se convirtió en un suculento y apetitoso plato listo para
degustar, ya que tenía un poco de todo y mucho de nada.
Todas disfrutaron de la compañía y el saber hacer de aquel
puzzle humano, nunca por demasiado tiempo. Pero el tiempo pasaba y él, sin
apenas darse cuenta, empezaba a necesitar mucho más que una paleta de colores
de la que sólo podía tomar un par de pinceladas, y se sorprendió así mismo
llorando en soledad porque él que tantas cosas aprendió, nunca supo estar solo.
Así pasó el resto de sus días, en soledad y pensando si de
aquellas mujeres alguna lo habría querido de verdad y si “Ella” que le enseñó
el amor, aún seguiría pensando en él.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario