domingo, 8 de julio de 2012

Con el alma descalza


La noche en que lo conocí hubiera vuelto caminando descalza hasta mi casa, hubiera regresado flotando en esa nube en que me colocó con el simple gesto de su voz.
Quizá, antes de comenzar nuestra conversación, debí haberle hecho uno de esos tests psicológicos que muestran el porcentaje de psicopatía, histrionismo o la capacidad de envolver las almas. Pero me entretuve en sus ojos y enmudecí. 

Sus ojos eran exactamente igual que el "Laberinto del Resplandor",  profundos, con aroma a café, infinitos y con una banda sonora que me volvió completamente ajena a todo nuestro entorno.
El hecho de que supiese escribir historias de esas que mueven al universo, y que me susurrase cuentos antes del amanecer no hizo más que ayudarme a dar el primer paso.

Luego con su imaginación me deposito con suavidad en el cielo y comenzó mi iniciación a algo que desconocía por completo.

A continuación, todo lo sectario. Los ritos, las pieles de animales, los animales sin piel, una lengua nueva, la ternura, la sed que no se sació. Toda la sed oportunamente contenida, y la tranquilidad de ese momento infinito. Con mayúsculas.
Mi bautismo fue en un afluente del río de sus labios a su paso por mi ciudad interior. Con un tímido beso, me sentí desnuda, notaba cómo pequeños peces pasaban rozando mis manos y se alojaban en mi centro, con el lomo tan plateado que hasta el mismo Judas me hubiese vendido por un par de ellos.

Al final y mientras me besaba los labios, unas treinta mariposas se posaban en distintos lugares de la capa más superficial de mi piel con la libertad absoluta que les daban sus alas y la ausencia del tiempo. Después todas a la vez intercambiaban sus colores, todo por una gota de la esencia que él desprendía al rozarme tiernamente. 
Era como una descarga eléctrica de bajo voltaje, un híbrido de dolor y placer a todo lo nuevo. El equilibrio absoluto entre creación y destrucción, entre negación y entrega. La belleza de lo desconocido.

Una vez que la liturgia de su boca concluyó, las mariposas levantaron vuelo y el amanecer me iluminó.

Ahora que lo medito en silencio, nunca imaginé que se podía estar despojada y tan cerca del cielo.

Volvería a repetir ese momento, para un amanecer cualquiera, 
volver caminando hasta mi casa,
 con el alma descalza...
 y llena de colores...



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